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¿La familia codependiente nace o se hace?

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Por Ayaibex Montas/SD

Continuación 

Desarrollo de la codependencia 

El niño nace con tendencia al establecimiento del vínculo porque posee una serie de capacidades sensoriales y se encuentra con una madre o sustituta especialmente predispuesta para este proceso.

El fallo en el vínculo podría dar como resultado un trastorno de relación.

Con la combinación de las dimensiones de afecto y control se establecieron cuatro tipos de vínculos  que equivalen a otros tantos de Bowlby. El vínculo  (equilibrio de afecto y protección) equivale al vínculo óptimo o apego normal de Bowlby. El vínculo II (afecto constrictivo) equivale al vínculo dependiente. El vínculo III (afecto deficitario o ausente) equivale al desapego o ausencia vincular. Y el vínculo IV (control sin afecto) equivale al vínculo ansioso. Entre los codependientes pueden encontrarse los vínculos II, III y IV, aunque quizás el más frecuente sea el vínculo IV (vinculación de poco afecto y sobreprotección excesiva).

Los cambios que ocurren en la interacción entre el niño y la figura de apego puede determinar la aparición del conflicto del vínculo. Este puede surgir cuando al niño se le comienza a exigir un comportamiento más adecuado a lo que se considera socialmente es deseable, instándole a adquirir mayor autonomía e independencia, cuando al mismo tiempo no tiene con la figura de apego una relación íntima, cálida y continua, en la que los dos encuentren alegría y satisfacción. El niño siente que si se preocupa y le presta servicio a la figura de apego es correspondido y si no se preocupa y no le sirve puede ser abandonado o rechazado.

El niño percibe el desinterés o desapego de la madre o figura sustituta. Y busca apoyo y compañía sometiéndose, halagándola y satisfaciéndola por todos sus medios. El niño permanece atento a sus señales que le informan sobre los gustos de la madre, y por supuesto evita cualquier agresión. Lo que genera que el niño sienta una particular debilidad centrada en la necesidad de protección que le hace buscar la compañía de la madre.

También la vinculación defectuosa puede generar lo que ha venido en denominarse la «absorción emocional» que tiene lugar cuando al niño no se le permite separarse de la madre en el momento oportuno. Si una madre o figura sustituta es sobreprotectora y no acaba de distanciarse y de aflojar los lazos para permitir que el niño se convierta en una persona independiente, entonces el niño no se vinculará adecuadamente .

De manera que la codependencia puede forjarse a partir de las necesidades no satisfechas en el ser humano durante su infancia, las cuales han impedido una maduración conveniente para poder adaptarse a situaciones de relaciones interpersonales.

Cuando las necesidades físicas y emocionales del niño no son satisfechas de una manera adecuada, su self verdadero, auténtico va construyendo las etapas evolutivas con el apoyo de un yo subordinado que desarrolla roles que le permiten superar las experiencias problemáticas de la infancia, y que para sobrevivir le incitan a aprender a «servir a los demás», descuidándose a sí mismo.

Los codependientes insisten en repetir las mismas conductas ineficaces que utilizaron cuando eran niños para sentirse aceptados, queridos o importantes y mediante esas conductas, buscan aliviar el dolor y la pena por sentirse abandonados. Sin embargo, paradójicamente las conductas codependientes perpetúan esos sentimientos.

Este vínculo defectuoso que establece el codependiente está colocado en la preocupación por lo que el otro piensa, en el miedo a la pérdida de la relación, sintiendo y vivenciando la culpa y siempre tratando de reparar. El codependiente percibe un mundo interrelacional peligroso, entre la necesidad de proteger y el temor a ser abandonado, anticipando la excesiva separación y sobre todo la pérdida de amor.

A pesar de la fragilidad del término codependencia se podría hipotetizar un modelo conceptual y comprensivo. Para la presencia de la codependencia se precisan unos factores predisponentes, precipitantes y de mantenimiento. El factor predisponente sería el fallo en el vínculo madre-hijo que no ha posibilitado que a través de la relación con la madre el niño haya podido desarrollar su yo (self)), su propia subjetividad. Por lo que su subjetividad tendrá que surgir por medio de otra persona.

Esta vulnerabilidad facilita el impacto de los factores precipitantes, que pueden ser identificados como procesos de separación, pérdida de figuras significativas, sea de forma real (muertes, separaciones, divorcios, abandonos de hogar) o simbólica. Así como la ruptura brusca de la homeostasis familiar por un problema crónico que provoca una situación estresante (adicción o enfermedad grave de un familiar). Y también la presencia de nuevas demandas en el entorno que se presentan de forma aguda o con escaso tiempo de elaboración y adaptación, pidiendo respuestas concretas en espacios cortos de tiempo.

La acción de estos factores precipitantes sobre la vulnerabilidad previa genera los síntomas que identifican a la codependencia.

Los factores de mantenimiento actúan sobre los factores precipitantes para que su acción haga que perdure la codependencia. Estos factores mantenedores son distorsiones cognitivas, tanto en su creencia de que su razonamiento es el que contiene mayor nivel de certeza como en la negación de sus necesidades básicas o en la confianza en una solución casi mágica de la adicción o enfermedad del otro.

Continuará. 

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