En un viejo hospital, más conocido por su eficiencia que por su calidez, una jefa de enfermeras notó algo curioso: los pacientes de las habitaciones con vistas a un pequeño y casi olvidado patio interior parecían necesitar menos calmantes y se recuperaban más rápido. El patio era el dominio de Samuel, un jardinero de pocas palabras que cada día cultivaba flores y vida en silencio, ajeno al caos tecnológico que lo rodeaba. Mientras el personal corría entre alarmas y monitores, él simplemente se dedicaba a asegurarse de que siempre hubiera algo bello que ver para quien mirara por la ventana.
Intrigada, un día la enfermera se acercó a preguntarle cuál era su secreto. Samuel, sin dejar de podar un rosal, la miró y le respondió con una sabiduría sencilla: "Las máquinas ayudan a que el cuerpo no se rinda. La naturaleza le recuerda al alma por qué debe luchar". En ese instante, ella comprendió lo que la ciencia hoy demuestra: que la sanación necesita más que tecnología para tener éxito. A veces, la mejor medicina no es la que se inyecta, sino la que se puede contemplar a través de una ventana.
Por Arq. Herly Valenzuela, CEO de Ureval Arquitectos e Ingenieros
Desde el siglo XIX, Florence Nightingale nos enseñó que la luz natural, el silencio y el aire fresco podían ser tan determinantes en la recuperación de un paciente como los propios tratamientos médicos. Sin embargo, con el avance del siglo XX, los hospitales se transformaron en monolitos clínicos, dominados por la eficiencia técnica y el protagonismo de la máquina.

Hoy vivimos las consecuencias: habitaciones frías, ruido constante, pantallas encendidas día y noche, pasillos jerárquicos que refuerzan la pasividad del paciente. La tecnología se ha convertido en la protagonista, mientras la persona —con su dolor, su vulnerabilidad y sus emociones— ha pasado a un segundo plano.
El costo de la medicalización
Los datos son contundentes. Según el Center for Health Design (2019), las habitaciones donde la tecnología es visible reducen en un 25% la satisfacción del paciente. La Harvard School of Public Health (2018) halló un 33% más de ansiedad prequirúrgica en pacientes expuestos a alarmas y equipos. En las UCIs, el 60% de los pacientes desarrolla delirios por sobreestimulación tecnológica.
El NIH Sleep Study (2015) comprobó que el 55% de las interrupciones del sueño provienen de alarmas y controles técnicos, lo que afecta la inmunidad y aumenta la percepción del dolor. Incluso las falsas alarmas generan impacto: 83% del personal sanitario se siente abrumado por ellas, lo que disminuye su capacidad de respuesta.
Lo más grave es que este entorno reduce la adherencia de los pacientes a su rehabilitación en un 18%, debilitando el mismo proceso de curación que debería fortalecer.
¿Qué significa desmedicalizar?
Cuando hablo de desmedicalizar el espacio hospitalario, no me refiero a eliminar la tecnología, sino a restarle centralidad visual, sonora y simbólica. Se trata de volver a poner en el centro a la persona, no al instrumento.
Los principios que guían esta visión son claros:
- Horizontalidad: eliminar jerarquías espaciales que comunican poder del personal sobre el paciente.
- Sensorialidad: usar la estimulación positiva de los sentidos como recurso terapéutico.
- Naturalización: integrar naturaleza, biofilia, jardines terapéuticos y materiales cálidos.
- Conectividad: promover espacios de encuentro humano entre pacientes, familias y personal.
- Personalización: dar al paciente la posibilidad de apropiarse de su entorno según su identidad.
- Territorialización: lograr que el hospital no sea un edificio aislado, sino un actor sensible dentro de su comunidad.

Estrategias para un hospital que cuida
Uno de los primeros pasos es la reconfiguración de la relación entre espacio y tecnología. Los equipos médicos no deben imponerse visualmente; cuando se integran de manera discreta, los pacientes se sienten más seguros y con menor nivel de ansiedad.
La luz natural es otro pilar fundamental. Estudios demuestran que reduce la estancia hospitalaria hasta en un 41%, disminuye el uso de analgésicos en un 22% y mejora tanto el estado emocional como la calidad del sueño. Además, beneficia al personal médico y aporta sostenibilidad energética.
En paralelo, las vistas al exterior y la biofilia actúan como estímulos positivos. Jardines terapéuticos, materiales naturales y ventanas estratégicas permiten una conexión con el entorno que reduce dolor, estrés y acelera la recuperación.
El ruido hospitalario, por el contrario, representa una de las mayores fuentes de sufrimiento. La sobreestimulación acústica aumenta la ansiedad, interrumpe el sueño y eleva riesgos cardiovasculares. Un diseño acústico adecuado puede disminuir la estancia hospitalaria en un 8,5% y mejorar significativamente el bienestar psicológico.
En este sentido, los espacios verdes cobran protagonismo: su presencia dentro del hospital no solo aporta belleza, sino que reduce en un 22% el uso de analgésicos, contribuyendo a la sanación física y emocional.
La personalización del entorno también es clave. Habitaciones adaptadas a las preferencias del paciente disminuyen la ansiedad en un 30%, aceleran la recuperación en un 20% y elevan la satisfacción en un 40%. Incluso, facilitan la comunicación con el personal y reducen episodios de delirium en personas mayores.
Dar al paciente control sobre su entorno —regular la luz, la temperatura o el ruido— genera un fuerte impacto: aumenta la sensación de autonomía en un 35%, mejora el sueño en un 40% y reduce tanto la ansiedad como el dolor.
Finalmente, la creación de áreas silenciosas de retiro o contemplación se revela esencial. Estos espacios reducen el estrés en un 35%, disminuyen complicaciones postoperatorias en un 20% y mejoran el bienestar psicológico de pacientes y familiares. También contribuyen a reducir el agotamiento del personal sanitario.

Evidencia: el entorno sí cura
La investigación internacional confirma lo anterior:
- La luz natural reduce entre 16% y 41% la estancia hospitalaria y disminuye el uso de analgésicos en un 22%.
- Las vistas verdes bajan el uso de medicación en un 30% y acortan los tiempos de hospitalización.
- Los jardines terapéuticos reducen el consumo de analgésicos en un 22%.
- El control ambiental (luz, ruido, temperatura) mejora la calidad del sueño en un 40% y reduce el dolor percibido en un 22%.
- La personalización de habitaciones incrementa la satisfacción en un 40% y disminuye episodios de confusión en un 50% en pacientes geriátricos.
- El diseño acústico reduce el tiempo de hospitalización en un 8,5% y baja el riesgo de ataques cardíacos en hasta 75% en mujeres expuestas a ruido crónico.
Estos datos demuestran que el entorno físico no es un lujo estético, sino una herramienta terapéutica poderosa.
Hacia hospitales que sanan, no solo que curan
Desmedicalizar es, en realidad, un acto de resistencia cultural. Es negarse a que el hospital sea solo un espacio de eficiencia técnica y devolverle su esencia: ser un lugar de cuidado.
Como especialista en el área, estoy convencido de que los hospitales del siglo XXI deben combinar lo mejor de la ciencia médica con lo mejor de la experiencia humana. Deben ser lugares donde la tecnología se integre de manera discreta, donde la luz, la naturaleza, el silencio y la personalización sean parte del tratamiento.
El arquitecto Herly Valenzuela es director ejecutivo de la firma Ureval, empresa de arquitectura y construcción de diversos proyectos. Con especialidad en edificios hospitalarios, en la que ofrecen un servicio integral que incluye la planificación, diseño y construcción de centros de salud, con el enfoque de desarrollar proyectos que se adecuen a la experiencia de todos los actores que participan en estos espacios.
Para más información contactar al (809) 227-1949, Av. Abraham Lincoln 1069, Santo Domingo, Torre Sonora, Piso 9, visitar la web https://ureval.com/ ó contactar al correo: [email protected].
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