COVID-19, guía de supervivencia emocional para afrontar la pandemia

Muchos aspectos de la pandemia están fuera de nuestro alcance, pero tomar algunas iniciativas encaminadas a mejorar la gestión de nuestras emociones nos dará una cierta sensación de control sobre lo que ocurre y un poco más de poder sobre nuestra vida

Todos tenemos algunas de estas rachas cotidianas de malos momentos, debido a problemas, conflictos o adversidades en nuestra salud, relaciones, trabajo, pareja, estudios, economía, vida familiar o en cualquiera de las múltiples otras facetas de nuestra vida.

“De hecho, esas situaciones del día a día, hechos de la vida que nos ponen a prueba, son las que tienen más influencia en nuestro estado emocional. Si no las gestionamos y ‘digerimos bien’, de modo que no queden residuos emocionales, son como gotas que van llenando un vaso”, señala la psiquiatra y psicoterapeuta Anabel González.

González es doctora en Medicina, especialista en Criminología y directiva de la Sociedad Europea de Trauma y Disociación, para esta experta, una de las claves para sentirnos a gusto con nosotros mismos y nuestra vida está en aprender a gestionar mejor nuestras emociones, saber llevar bien los días malos y convivir con los malos momentos, porque “lo fundamental no es tanto lo que sentimos, sino lo que hacemos con eso que sentimos”, recalca.

Cuando un mal día no acaba

De este aspecto psicológico, al que González llama “regulación emocional” trata su último libro, ‘Lo bueno de tener un mal día’.

Pero, ¿y si no se trata solo de un mal momento, sino de algo que altera por completo nuestra vida, supone un peligro para nosotros o nuestros seres queridos y le da la vuelta a todo lo que creíamos sobre las cosas, como la COVID-19?

“Estas son algunas de las claves de supervivencia emocional que esta experta recomienda aplicar para afrontar la COVID-19:

Entendámonos

Es normal tener miedo, es lógico sentir incertidumbre y estar preocupados por las consecuencias de todo esto. Podemos pasar por una montaña rusa de emociones que pueden ir cambiando a medida que se suceden los acontecimientos.

Estas emociones ayudan a que nos movamos en la buena dirección: gracias al miedo tomamos medidas de precaución; gracias a la incertidumbre nos ponemos a buscar qué hacer; gracias a la preocupación hacemos planes.

Necesitamos sentir para actuar. No tratemos de suprimir, evitar o controlar lo que sentimos, más bien, aprendamos a cuidar de nuestras emociones.

Hagamos

Pero no hagamos para dejar de sentir gracias a estar ocupados todo el tiempo o focalizándonos sólo en los demás, ya que necesitamos notar lo que sentimos y ventilar nuestras emociones, para que nos lleven a algún sitio productivo.

Las personas que menos consecuencias psicológicas sufren después de atravesar situaciones traumáticas son las que pudieron hacer algo con la situación.

Si al menos organizamos el día, empezamos a preparar algo que nos sirva cuando esto termine o, simplemente, aprovechamos para poner orden en la casa, leer esos libros que nunca teníamos tiempo de leer o hacer cosas de nuestra ‘lista de temas pendientes’, compensaremos el caos con una sensación de eficacia personal, y de paso sacaremos algo productivo.

Conectémonos

La era digital nos permite un gran nivel de conexión virtual, sin olvidar las llamadas por teléfono. Que no podamos hacer las cosas que antes hacíamos no significa que no podamos buscar una solución creativa que nos aporte lo mismo. Tener que evitar el contacto físico y social, o estar aislados, no nos obliga a estar solos.

En esta conexión social hay algo más que compañía: son lazos de apoyo mutuo. Los seres humanos somos seres sociales. Nos crecemos y fortalecemos en la relación con el grupo social.

Si sentimos que podemos hacer algo por alguien, mediante un gesto de ayuda o una iniciativa solidaria, bajará nuestra impotencia por los elementos de esta situación que no podemos manejar.

Compartamos

Comunicar lo que sentimos es un recurso muy importante para regular nuestras emociones, no solo poniendo palabras a lo que sentimos, algo que a muchas personas les cuesta, sino también con las miradas y los gestos, dejando que el cuerpo ‘hable’.

Compartir nuestros sentimientos con otros ayuda a llevar a cabo diversos procesos que contribuyen a la regulación de nuestras emociones. Nos permite introducir consuelo que nos apoya frente a la tristeza y a descargar tensión si estamos enfadados.

Hablar con un amigo siempre desahoga mucho. Y podemos plantearnos nuevos puntos de vista tras una conversación, así como poner la responsabilidad en su sitio si estábamos abrumados por la culpa.

Fuente EFE

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