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Importancia de la leche materna en el Desarrollo de la Microbiota Intestinal

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Autor: Dra. Eva Nicole González, Egresada de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU), 2do Trimestre de Postgrado en Nutriología Clínica (INTEC), Miembro del comité SCORP. Organización Dominicana de Estudiantes de Medicina (ODEM).

Popularmente, es conocido el hecho de que aquellos individuos que fueron amamantados y recibieron la preciada leche materna durante su infancia, posteriormente desarrollaran una adultez más sana, aunque pocos conocen mediante cuales mecanismos, igual estamos muy seguros de ello.

La leche materna, debería ser la única leche de origen animal consumida por los humanos, al fin y al cabo, somos la única especie en el mundo que consume leche de otro mamífero, leche que; por supuesto, está diseñada para hacer crecer y nutrir a su cría, no a la de otra especie.

En una revisión de artículos realizada en la Universidad de Granada, se concluyó en que los bebés alimentados con leche materna tienen menos probabilidades de padecer enfermedades gastrointestinales, respiratorias, alérgicas o asma, y también previene la obesidad infantil. Además, el amamantamiento tiene efectos beneficiosos para la madre, pues disminuye el riesgo de padecer cáncer de mama, enfermedades cardiovasculares y el síndrome metabólico. Recomendando que se deben aumentar las tasas de lactancia materna exclusiva, al menos hasta los 6 meses de vida y recalcando también el vínculo afectivo creado y el ahorro económico que representa para la familia (1).

Pero ahora, hablemos un poco sobre la microbiota intestinal; esta es, por definición la población de microorganismos que habitan en nuestro tracto gastrointestinal, lo interesante es que numerosos estudios han demostrado ya la importancia de esta para el correcto funcionamiento de nuestro sistema inmune.

La microbiota ejerce una protección mayor contra agentes patógenos que cualquier ógano inmunitario en nuestro cuerpo, tiene una superficie superior y cada uno de sus microorganismos forman un genoma bacteriano, incluso más numeroso que el propio genoma humano, incluso ya sabemos que cada genoma bacteriano es diferente para cada persona, algo así como nuestra huella dactilar.

La microbiota es imprescindible para que los genes presentes en las celulas intestinales puedan activarse y tener una función normal, evitando por tanto el paso selectivo de antígenos, es decir, forma la superficie intestinal y propicia el ambiente en el que esta no reacciona ni ataca a sus microorganismos comensales y no resulta en una respuesta exagerada a los mismos. En fin, ante un desorden de la microbiota aparecen de forma agregada enfermedades inflamatorias intestinales y enfermedades autoinmunes, que como sabemos traen consigo las enfermedades crónicas no transmisibles.

En el recién nacido este sistema aún esta inmaduro, necesitando por tanto una protección externa ante los patógenos del ambiente en esta etapa crucial.

Entonces, la leche materna, proporciona en primer lugar esta defensa para el recién nacido, por su alta concentración de anticuerpos y otras moléculas inmunomoduladoras como lisozima, IgA secretoria (IgAs), oligosacáridos y mucinas lácticas. Hay estudios recientes con evidencia de que la leche materna contiene receptores para el reconocimiento de patógenos, evitando translocación bacteriana y educando así el complejo sistema inmunitario intestinal del recién nacido.

Posee también altas cantidades de hidratos de carbono específicos, que al ser fermentados por poblaciones bacterianas como lactobacilos y bífidobacterias contribuyen a iniciar el ambiente adecuado en el lumen intestinal. La leche materna, contrariamente a la leche de vaca, contiene además altas concentraciones de oligosacáridos complejos, que actúan también como factores bifidogénicos (que estimulan el crecimiento de bifidobacterias, que son beneficiosas para la microbiota).

Tambien posee nucleótidos y algunos péptidos tales como el glicomacropéptido, que también estimulan el crecimiento de las bifidobacterias. Más recientemente se ha descrito la presencia en la leche materna de bacterias lácticas, lactococos, estreptococos, enterococos, etc., que también podrían contribuir al proceso de colonización del tubo digestivo del recién nacido. De esta forma la leche materna puede ser considerada como un simbiótico ya que está entregando al lactante posibles probióticos (lactobacilos y bifidobacterias) y prebióticos (lactosa, oligosacáridos, nucleótidos). (2)

Es por esto que, un buen sistema de salud debe invertir fondos en educación para promover la lactancia materna exclusiva, preferentemente hasta los 6 meses del recién nacido. Educar es la respuesta, muchas madres no conocen los diferentes sistemas de extracción y almacenamiento de LM, sus excusas es que no están el suficiente tiempo en casa, tampoco se les educa sobre los diferentes beneficios que tiene sobre su propia salud, que son mucho mayores en relación al mito de que sus mamas se caen.

Cada uno de nosotros debe aportar para que esta práctica sea implementada por el mayor número de familias cada día. Esto evitaría, desde el nacimiento, o sea, desde la verdadera raíz, la creciente propagación de ETS, en vez de sumar esfuerzos a conocer y ampliar sus respectivos tratamientos.

En el sector salud nuestra tarea es amplia, es cierto, pero debemos recordar que nuestra misión no es sanar; es prevenir. Ese debería ser realmente el concepto “salud”.

Referencias biográficas:
María José Aguilar Cordero, Universidad de Granada, España. 2016. Disponible en: http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0212-16112016000200046
Oscar Brunser, Sylvia Cruchet. Fisiología gastrointestinal y nutrición. 2013

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