Por Ana Amell, M. A. Psicología Clínica y de la Salud
El cierre del año suele venir acompañado de una mezcla intensa de emociones, cansancio y expectativas difíciles de sostener. Mientras intentamos cumplir con metas laborales, entregas pendientes y evaluaciones de desempeño, también nos preparamos para un período socialmente asociado a la alegría, la unión y la celebración. Esta combinación, lejos de ser sencilla, puede convertirse en una fuente importante de estrés emocional.
En el ámbito laboral, diciembre suele sentirse como una carrera contra el tiempo. Se concentran responsabilidades, se cierran proyectos y se activan expectativas —propias y ajenas— de “terminar bien el año”. Esta presión constante puede generar agotamiento físico y mental, irritabilidad, dificultades para dormir y una sensación persistente de no estar haciendo suficiente, aun cuando el esfuerzo ha sido considerable. Son señales que no deberían normalizarse ni ignorarse.
A esta carga se suman las reuniones familiares, que para muchas personas representan un reto emocional significativo. Más allá de la imagen idealizada de armonía, estos encuentros pueden reactivar conflictos no resueltos, comparaciones, juicios implícitos o preguntas incómodas sobre decisiones personales, laborales o afectivas. En un contexto de cansancio acumulado, la tolerancia emocional suele ser menor, lo que aumenta la probabilidad de malestar.
Es importante reconocer que no todas las personas viven esta etapa del año de la misma manera. Para algunos, las fiestas pueden despertar sentimientos de soledad, duelo o frustración, especialmente cuando la realidad personal no coincide con las expectativas sociales de felicidad. Validar estas emociones, sin minimizarlas ni forzarlas a encajar en un molde de celebración permanente, es un acto fundamental de autocuidado.
Para un mayor bienestar, resulta necesario establecer límites claros y realistas. Esto implica aprender a decir no cuando el cuerpo y la mente lo necesitan, priorizar descansos, distribuir responsabilidades y ajustar expectativas. No todas las reuniones son obligatorias, ni todas las conversaciones deben sostenerse. Cuidar el bienestar emocional también es una forma de responsabilidad personal.
Asimismo, practicar una comunicación asertiva en los encuentros familiares puede marcar una diferencia importante. Expresar necesidades sin confrontación y recordar que no estamos obligados a justificar nuestras decisiones de vida nos permite proteger nuestra salud mental. Elegir el silencio, cambiar de tema o retirarse a tiempo también son estrategias válidas.
El fin de año no debería ser únicamente un balance de logros y pendientes, sino también una oportunidad para escucharnos con mayor compasión. Reconocer el cansancio, permitirnos pausar y conectar desde un lugar más consciente puede marcar una diferencia significativa en cómo cerramos el año y cómo nos preparamos emocionalmente para el que comienza.
Cuidar nuestra salud mental en esta etapa no es un lujo, es una necesidad. Y cuando sentimos que el peso emocional se vuelve difícil de sostener, buscar acompañamiento profesional también es una forma de autocuidado y valentía.
Soy Ana Amell, psicóloga clínica. Durante años he acompañado a personas que, como tú, han atravesado diferentes desafíos en sus vidas y momentos de profunda transformación. Si sientes que estás viviendo una etapa que te duele, te confunde o te impide avanzar, estoy aquí para escucharte y caminar contigo. No tienes que enfrentarlo solo/a. Cuando lo necesites, puedes contactarme aquí
No te pierdas una noticia, suscribete gratis para recibir DiarioSalud en tu correo, siguenos en Facebook, Instagram, Twitter, Linkedln, telegram y Youtube